Cuentos de la Paty

I

Llamó mi atención. Era tan flaco y feo y además cojo, tal vez, de alguna pelea o atropello -pensé- y sus ojos tan tristes, ojos abandonados por todos y casi sin esperanzas.
- Tú Pedro, estarás extrañado que yo te hable ¿no es cierto?. Dijo, mirándome.
Retrocedí asustado. Cómo podía ser que un perro hablase. Miré a las demás personas que seguían pasando. Cada una con sus propios pensamientos y necesidades. Ninguna parecía percatarse de lo que allí sucedía. Entonces, me di cuenta que solo yo podía comunicarme con ese pequeño ser.
- No temas - me dijo. Soy y fui manso como ninguno y jamás reclamé por nada. Acepté todo.
- ¿Pero como reclamar, si tu, eres un perro?
- Lo soy y no lo soy. Fui antes un humano como tú. Si miras a nuestro alrededor, verás que todos los otros perros también pueden hablar. Todos los que estamos aquí morimos y como teníamos nuestros pecadillos, fuimos enviados a la calle en el cuerpo de estos míseros canes. Acá, está el purgatorio. Ustedes no nos alimentan, no nos dan cariño ni cobijan. Aunque, existen personas lindas y caritativas que nos llevan a sus casas y nos adoptan. Ese es el cielo para nosotros y para esas personas, pues el amor que les entregamos es para siempre, inconmensurable. Ellos, los humanos que nos desprecian y nos dejan botados, también viven su purgatorio, jamás conocen nuestro cariño y fidelidad y viven solos y atados a sus egoísmos y depresiones y a lo material.

Estaba a punto de desmayarme, de pronto, despierto. Estaba en mi cama, en mi cuarto de soltero. Salté al suelo, me duché, me vestí y salí a la misma calle de mi sueño. Me sentí invadido por un gran desasosiego. Miré y allí estaba él con sus grandes ojos. Mirándome.


Patricia Segura
Viña del Mar, septiembre/2008



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