Ahumada con Agustinas


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Tuvo la impresión de escuchar su nombre saliendo del elevador, como siempre, no eran más que suposiciones, nunca llegaron a visitarlos tarde y tampoco tenían por costumbre recibir amistades en casa. El trabajo con los viejos colegas le había incorporado el hábito de conversar preferiblemente en un café, si es pagado por el cliente mejor, lo tenía bien aprendido y así transitaba sin contratiempos en la mitad de su joven vida. Parientes lejos todos, amigos pocos, contados con los dedos de las manos. Dejó los primeros apuntes de un escrito sobre un cerro de libros y cuadernos en la mesa, apagó su computador, el calor era extenuante y mientras alguien impertinente le habla al teléfono, pasa las manos por su mata de pelo crespo deseosa de cortarlo; tumbarse en la cama para retomar la historia que pasó ante ella contada por una niña de cuarto medio, testigo de su nuevo caso, hubiera sido el final de su ajetreado día. Recordó que en la oficina le habían entregado un sobre de Rodrigo, un sobre que dejó para leer en la intimidad de su living. 10:54 de la noche, es la hora coca-cola desde lo alto de un edificio en Viña del Mar, el Marga Marga luce tranquilo desde el piso once de su departamento arrendado en el número 662 de Calle Libertad mirando a pleno centro, coincidentemente “662” es el nombre de una reconocida Productora Cinematográfica Cubana que llamó su atención en you tube. El estero, plagado de esa planta verde que crece y crece y que solo una mujer anónima podría atreverse a sacarla de raíz, acompañada de un bote movido por su marido cada verano por una mísera pero más que honrada retribución municipal, a trozos, insita y calma desde lo alto. Andrea, una joven abogada de 33 años, de aspecto gallego fuera de lo común en tierras que fueron territorio de Indias donde el abdomen retiene para invierno y no cautiva en mayoría, intenta concentrarse en el sobre bebiendo un vaso de leche fría, recostada sobre el sofá regalo de matrimonio de sus padres, envuelta en una diminuta y fina tela satinada, en una imagen de mujer sensual, opuesta totalmente a la profesional que se fabrica cada mañana, con tacones de ocho centímetros, maquillaje exagerado, atareada detrás de unos lentes ultramodernos. De fondo, el ruido del televisor encendido; lee la nota.
Rodrigo se ha ido a Santiago. Ahora … exagera en su manía del celular apagado.
- Será para siempre –se dijo.
Reventó a llorar.



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Sonido callejero: El joven del acordeón. Muelle Vergara.