La breve historia contada por Gilbert Hinostroza


Soy hijo de madre soltera, antes eso era un problema ya no, ahora con el precio del agua no importa otra cosa. Mi padre, cabo segundo de la Marina Norteamericana, murió en combate en el año 2009, él había conocido a mi madre en el puerto de Valparaíso cuando vino a unos ejercicios militares un año antes. Para ese entonces, mi madre que se llamaba Marjori pero se apodaba Jeanne, tenía 21 años y era una morena muy atractiva, de facciones toscas pero en armonía con un cabello negro largo hasta la cintura, que la destacaban en cualquier lugar, ella hacia gala de ser porteña y además ...chora. Dicen que fui un niño muy lindo, de ojos azules y cabello rubio margarina con hermosos cachitos en la nuca, un niño mezcla, eso sí, muy parecido a mi madre, pero un niño inquieto y jodido. Mi madre después de mi nacimiento, recompuso un poco su vida y comenzó a trabajar como empleada en unos laboratorios que tenían su oficina en una Torre de Viña; el nombre no lo recuerdo, creo que comenzaba con C y era un tremendo edificio que estaba cerca de la playa y que se vino abajo en el maremoto de agosto del año 2010, tuvo que ser rescatada con oxígeno y por suerte estaba saliendo del edificio cuando todo, sorprendió a todos. Mi madre vio a muchas amigas del trabajo quedar atrapadas en los ascensores, fue ese año que ella enloqueció y, luego, se fue con otro hombre que tampoco conocimos. Para ésa época, los carabineros tomaban la denuncia de presunta desgracia, buscaban a la persona y la devolvían a casa, pero con mi madre no fue así, nadie la encontró y, mi abuela Yaya, se hizo cargo de mi. Con nada, la ayuda del SENAME y, un poco de los vecinos, crecí. Yaya, me contó que su única hija siempre vivió enamorada de mi padre y le habló de su amor y de su despedida muchas veces, durante muchos años.
“I want to be free”, esas fueron las últimas palabras que balbuceó mi padre gringo que vino en un inmenso portaaviones, antes de un desfile militar que hacían todos los 21 de mayo. Su novia Jeanne, que anotó su mail en una servilleta del local nocturno, toda amorosa ella y sollozando con tercero medio para la época, le respondió: “Yo también te quiero mucho mi amor”. Pasó una semana, luego un mes y otro y otro y, desde su potente barco, el gringo vio crecer la pancita por Internet. Siete meses y se juraron, por siempre un amor cibernético eterno, con votos sellados a través de una antigua cámara Web, ya que, obviamente en Irak estarían por long time. Un día, estando mi madre en sus sacrificadas pero hermosas labores de parto, justamente a la misma hora de los pujos, una vecina que mantenía el servicio del cable y, por un módico precio, nos facilitaba el acceso a la Web, recibió un mail donde el gringo le dice:
“I sorry, my love, perhaps not the father”.

Continuará..

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