Ahumada con Agustinas

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La casa de Marcia del Pilar Valenzuela, en Viña del Mar, la encontró extremadamente abandonada, un cartel con letras rojas y negras anuncia su venta, el color melón de sus murallas ya no la distinguen del resto como antes, la buena casona, reposa cansada a mitad de cuadra y no luce nada distinguida, desde la esquina sobresale la cúpula con las ventanas altas para la luz y los aires marinos de Recreo; vidrios rotos, caídos o partidos por los temblores, vidrios opacos de mugre y sal. Las bugambilias se han apropiado de los muros divisorios del patio, los han deteriorado tanto que están a punto de caerse. Geranio sobre geranio, rosa sobre rosa, botones y retoños secos, pensamientos, margaritas, todo muerto. Los árboles de naranja en medio del patio sobreviven a duras penas. Todo el interior de la casa tiene piso, ventanales y puertas de maderas preciosas traídas del sur de Chile «quien compre tendrá que pulir no más» así dijo la hija de Marcia del Pilar mientras le mostraba la casa a Andrea, su abogada y era cierto, en parte. Recorrieron todo el inmueble y la heredera no paró de hablar contándole de sus veranos, de los primos y los parientes de Santiago que llegaban cada septiembre en tren a Valparaíso hasta que ocurrió el gran accidente. El salón de la derecha era el de las visitas, a la izquierda un comedor gigante y detrás la cocina, un corredor horizontal abarca el fondo de la casa de lado a lado y un patio con otros espacios a un costado de la casa principal, terminan ocupando los cuatrocientos metros cuadrados del terreno, todo era amplio y cada mueble olía a nostalgia. Según la hija de la difunta Marcia del Pilar, cuando su tío trajo de Italia las primeras cortinas con letras y números dorados sobre un fondo azul, todos quedaron fascinados, especialmente su madre, que se sentaba al pie de la ventana para hojear sus revistas de costura y recetas de cocina cada tarde debajo de las telas, ella no lo vivió pero lo contaban siempre en los almuerzos. Allí su madre se casó, allí tuvo su primera-segunda hija que ahora se había detenido para preguntar si alguien, en medio de la crisis inmobiliaria le daría tanta plata como pide por ésa, su casa de toda la vida. Andrea Javiera, no escuchaba las historias, simplemente no se explicaba, cuando justamente en la vida de esta difunta mujer se acabaron los ingresos y fue directamente a la Sala de Enfermos Terminales en la Asistencia Pública.

-¿Y cuándo cree usted que este todo el trámite de mi mamita?. Le preguntó la hija de Marcia del Pilar Valenzuela. Una mujercita bajita y ágil que se había desplazado por toda la casa como si pudiera recorrerla a ojos tapados de memoria. Trasmitía señales de confiabilidad, sin embargo, Andrea que la fue estudiando detenidamente mientras le habló, tuvo una duda y al tiro, como dicen y hacen los chilenos, le preguntó.
-Dígame una cosa Marcita, ¿Ud. Cobraba la chequera de Doña Marcia?
Le rondaba la idea de algún pariente pródigo en esta familia, la misma hija La Marcita, así tan ordenada, no quedaba excluida en sus pensamientos.
-Sí poh. Le contestó la hija. Yo siempre me encargué de los trámites de mi mami, desde antes de caer ella enferma, mire usted - agregó.
-En cuanto tengamos los documentos necesarios, yo le aviso todo lo que resulte del Juzgado y le vuelvo a explicar, quédese tranquila que yo la llamo. Nada de corredores que yo me encargo de todo. ¿Me entendió Marcita?
-Si poh. Le volvió a contestar “La Marcita”, su clienta.

Andrea Javiera, comprendió que cada día se acostumbraba más a su vida en Valparaíso ya, hasta hablaba como ellos, todo en Valparaíso era lento comparado con Santiago, sin embargo, la audiencia en la mañana había sido excepcionalmente rápida y una ejecutiva de la inmobiliaria no demoró más de dos días en comunicarse para esta venta de Recreo, la propuesta del cliente era interesante, así y todo, le cargaban las inmobiliarias y sus ejecutivos del dos porciento. La casona de dos pisos le habló por si sola de su majestuosidad, del precio se ocuparía luego, algo sabía de restauraciones, además estaba el mobiliario, venderla a través de su estudio sería más que provechoso, si todo salía bien haría personalmente los trámites con el comprador. No importaba si tendría que hacerlo después de otro día como ese, ajetreado, a fin de cuentas ésa era la pega y el verano con sus gastos, a veces, apura, además alguien del gobierno había dicho en la tele que como iban los precios del petróleo, habría que apretar los dientes, eso escuchó y cuando lo dicen del gobierno, toda pega ¡bienvenida sea!.

Llegó a su estudio jurídico agotada, sus tacones de seis centímetros siempre resultaban inapropiados para estos trámites. Está más fresca la temperatura de su oficina, el horario de almuerzo pasó, inadvertido como siempre desde que no está Rodrigo. Un tesito con sacarina, y un instante de descanso, de postre el celular apagado sobre el buró.

Un pensamiento, una constante desde que tomó este caso y presentó la demanda en el Tribunal.

«El tiempo de amar nunca pasa, cómo exprimirlo es lo difícil, cómo apartar los sufrimientos de nuestra vida, es lo problemático y sobre todo, saber que puede que tengamos tiempo para todo pero que a, veces, los días nos pesan como años, matemáticamente ¿debería tener solución?. Mi computador ya no da más, tengo las tildes en el sentido contrario y todas las palabras acentuadas me salen con errores, hacer un párrafo me lleva minutos, por suerte, tengo letra ñ. Me pregunto, será torpe o ignorante la hija de Marcia del Pilar, tres meses de trámites y aún no acaba de entender que posiblemente no sea la única heredera... veremos. Uy, tengo sed de ananai... ¿de dónde habrá sacado ésa palabra mi amigo? mi amigo y su sindicato gay...¡cuántas palabras inventadas!, ¡cuántos secretos innecesarios!»



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Sonido callejero: El joven del acordeón. Muelle Vergara.