Ahumada con Agustinas

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La hija de Marcia del Pilar Valenzuela, supo que su madre había fallecido cuando la llamaron por teléfono del Hospital en medio de la noche. No lo había entendido bien, la enfermera que habló, apenas explicó razones, no obstante, la noticia se esperaba desde hacía meses a partir del ingreso doloroso. Colgó el teléfono, marcó el número de su tía Georgina en el extranjero y al mes de haberle dado digna sepultura en un acto privado, sin sermones, con unos pocos familiares y una niebla fría y densa que se colaba por los oídos, habiéndola dejado en el jardín de los recuerdos, rodeada de flores y lejos de las divagaciones. Se había dispuesto seguir las indicaciones de su madre.

Andrea Javiera, casada con Rodrigo Nicolás el médico jefe de la Sala de Enfermos Terminales, había sido recomendada por alguien del hospital. Llegado el momento, Marcita sabía que ésa persona con quien se había cruzado varias veces en las afueras del centro hospitalario pasando inadvertida, sería la abogada de confianza para su trámite. Efectivamente, encaminados los trámites de la venta, su intuición se revelaba salvadora. Marcia recibió el llamado de su abogada y en medio de un halo paternalista que hasta le pareció extraño en ella, Andrea Javiera se desdobló para contarle a su clienta, en un par de minutos, un acontecimiento significativo en la juventud de su madre. Marcia del Pilar Valenzuela, la hija menor de cuatro hermanos criados en la próspera y tradicional vecindad de Recreo de los años cincuenta, a los dieciocho años cumplidos y por orden de su padre, guardián y custodio de las buenas costumbres, el orden público y la honorabilidad de la familia, parió a su primogénito con amor y a escondidas. En medio de la noche la misma matrona que la ayudó con sus pujos y le permitió un delicado beso en la mejilla del recién nacido, salió por la puerta de su casa, llevando a José Manuel envuelto en una manta a los pocos minutos de su nacimiento. Un hijo ilegítimo, no reconocido, sin derechos, partió como un bulto en una cesta de pasteles y andaría por cincuenta y cuatro años lejos de su madre que ahora, lo acogía en su testamento. Marcia quedó muda, Andrea intentó explicarle detenidamente, la heredera, al otro lado de la línea no respondía, una tos, una tos persistente y un sonido insólito como de rabia, cortaron la conversación. Absorta en el significado de la palabra remordimiento y en sus consecuencias, encargó unas copias a su secretaria y siguió en su rutina de escritos y llamadas a otros clientes.



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Sonido callejero: El joven del acordeón. Muelle Vergara.