Cuento ficción: Playa nudista de Caleta Horcón, Chile, el último paseo

Cuando estacionamos en Caleta Horcón, pensamos que habíamos llegado piolitas. A la playa La Luna, solo había unos kilómetros de felicidad… Mario sintió una mano en su hombro. Entonces supimos que el vecino de siempre, la señora del vecino de siempre y los hijos de siempre, irían casi, en la misma dirección. Nos saludamos de besos y abrazos los cuatro cínicos, al despedirnos el matrimonio quedó instalado al borde de los arrecifes tapados con algas. Al viento...una leve sonrisa acusadora. No nos importó. Seguimos camino desafiantes. Toda tímida boté mi vestido y mis chalas y con Mario, piluchos, corrimos libres a la mar. Caminamos y caminamos pisando la recia arena y nos besamos en el primer veril. No había quién me sacara del agua y de no ser por las buenas y malas costumbres asumidas por los asistentes, casi me mato de la risa cuando vi a Mario en la orilla todo, todo encogido, engurruñado por el frio. Pensé echada en la arena que estaba divina, sobre mi toallón rojo mi carácter instantáneamente comenzó a cambiar. El viento me llevó la sombrilla amarilla y casi corrí diez metros. Nadie se fijó en mí, absolutamente nadie se fijó en mi. Mario, no me besó más mientras estuvimos en la arena, semi abrazados los celos me consumieron. Mario tenía unas nalgas duras y redondas, más duras que las mías. Tumbado boca abajo tapaba mis senos con su brazo y se quedó dormido por varias horas. Nunca más salimos juntos, mi vanidad se deshizo por un día. Regresé con una convicción incontable después de tantas miradas sobre aquel poto irreverente y la inmensa felicidad de Mario en medio de La Luna. Una felicidad que solo Bolaños hubiere descrito perfectamente y que yo, hubiere dejado en un closet.

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