Aquella niña que dejé en el Cuzco

Se fueron de Chile siendo muy jóvenes como tantas veces a comprar figuritas de bronce para armar otras cosas y exportarlas. Eran tan artesanos como los proveedores, pero allí puede que hayan pensado que eran millonarios porque al hombre que fundía las figuritas en la hoguera de su propia casa, le compraban de cientos en cientos cada vez que iban.

El padre fundía, la madre se encargaba de los quehaceres y la niña mayor bajaba con sus hermanos a vender a la plaza del Cuzco. En la espalda cargaba a los dos niños y en la cesta cargaba todo el bronce. Así caminaba kilómetros y kilómetros ida y vuelta. Cuando menos cargaba era cuando ellos llegaban y compraban.

Un día el padre de la niña los invitó a que pasaran a la casa en la tarde. Llegaron, se sentaron y no entendieron lo que habían escuchado en tono ceremonial.

Miró los ojos de la madre y ella bajó la cabeza. El señor les estaba regalando la niña. El padre dijo que se la quería llevar un matrimonio de gringos y la madre prefería que se fuera con los chilenos. El padre se ofreció a pasarla por la frontera.
Los jóvenes pelearon, la joven artesana dijo “me la llevo”, el joven artesano dijo "no, no podemos, como vamos a legalizar todo; estás loca, hasta podríamos ir presos, somos dos simples artesanos".

Han pasado años y años, ya no son tan jóvenes y están divorciados. El no resultó ser tan responsable.

Hasta el sábado que nos contó entre copas y vinos su historia, ella recuerda la cara de esa niña y el peso de aquella cesta.

Conmigo, estuviera feliz- nos dijo.


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